El concepto de Sombra como arquetipo, surge de la mente analítica de Carl Jung.
Por si no lo tienes claro, un arquetipo es un modelo, patrón o ejemplo a partir del cual es posible identificar, imaginar o visualizar objetos, ideas o conceptos comunes a todos.
Cuando hablamos de la Sombra en el ser humano, lo hacemos de nuestro lado oscuro, ese que habitan Darth Vader y sus secuaces.
¿Qué sucede cuando imaginamos ese lado oscuro? pues que inmediatamente (gracias a eso de los arquetipos) pensamos en cosas malas, feas, dañinas, dolorosas, malolientes, etc.
Nada a lo que te quieras acercar ni con un palo.
Y ese es el primero de los obstáculos que nos mantienen bien alejaditas de nuestra Sombra: la idea preconcebida de lo que vamos a encontrar ahí, lo innecesario de ir a buscarlo y lo poco prometedor que parece.
Vamos a ir, poquito a poco, identificando lo que de verdad es la Sombra y qué podemos encontrar en ella.
Desde mi punto de vista y mi experiencia como Shadow Worker liderando Círculos de Sombra y acompañando en los procesos por los que cada asistente transita, la Sombra no es otra cosa que aquello que, consciente o inconscientemente, nos ocultamos a nosotras mismas.
Esta Sombra se aloja en algún lugar recóndito de nuestra mente y va tomando forma y desarrollándose durante la infancia.
A lo largo de toda nuestra vida, va a estar bien alimentada y condicionada por nuestros aprendizajes y experiencias, de forma que la cultura o la sociedad en la que nacemos, la familia en la que crecemos, el colegio en el que estudiamos, las amigas de las que nos rodeamos y cualquier otra cosa que nos pueda influir por ligera o insignificante que parezca, marca profundamente qué y qué no da de comer a la Sombra.
Lo más normal es que el habitáculo de la Sombra esté bien rellenito con secretos, «pecados«, defectos reales o no, cosas que te parecen vergonzosas, pensamientos «malvados«, emociones o sentimientos «negativos» como la ira, la ambición, el deseo y demás.
Hasta aquí, seguramente no tengas ninguna objeción porque todo va cuadrando más o menos con tu concepto de Sombra.
Pero ¿qué te parecería si te digo que tu valentía, tu audacia, tu autocuidado, tu autoestima incluso, están en la Sombra?
En la Sombra no escondemos sólo lo que consideramos como negativo, sino todo lo que nos han hecho creer que no es «socialmente adecuado».
En tanto en cuanto nuestros aprendizajes condicionan lo que escondemos bajo la alfombra de la Sombra, cualquier cosa que nos hayan criticado, corregido o echado en cara en alguna etapa de nuestra infancia y adolescencia y, sobre todo, aquello que observamos que no es «adecuado» ni bien visto en nuestro entorno, va a acabar, casi inevitablemente, cobijándose en la Sombra.
Al fin y al cabo, somos seres sociales que necesitan del resto de la tribu para sobrevivir. El sentido de pertenencia es imprescindible para un correcto desarrollo de cada una de nosotras, y si para encajar, ser aceptadas, aprobadas y amadas, necesitamos ocultar partes de quienes somos, lo haremos de buen grado. Al principio.
Queremos, más aún, debemos, estamos, programadas para sobrevivir y si nuestros comportamientos, actitudes o deseos ponen en peligro esa supervivencia, vamos a modificarlos si somos capaces y si no, vamos a esconderlos tras cuatrocientas puertas de distintos grosores, alimentando así, con cada cerrojo la idea de que en la Sombra no se esconde nada bueno, porque lo bueno no se tiene que esconder.
Partiendo de esta premisa, quizás nos haya tocado guardar bajo llave nuestra valentía, nuestras opiniones, la capacidad para disentir y decir que no, nuestros deseos y necesidades y cien millones de cosas más que nos sacaban de la niña buena que debíamos ser.
La Sombra está formada por infinidad hilos que se entrelazan formando una barrera protectora ¿o no?
Ya no sólo hablo de lo socialmente aceptado, sino dentro de las múltiples opciones y posibilidades que la espiritualidad actual nos ofrece, ¿dónde queda la Sombra?
Desde la revolución que supuso la New Age, allá por los años 70 hasta nuestros días, pocas propuestas espirituales incluyen la Sombra y el trabajo con ella de forma específica, centrándose generalmente en aspectos mucho más «luminosos» y obviando, cuando no eliminando, la Oscuridad en el camino espiritual, cosa que me parece un error garrafal.
Este enfoque «luminoso» también puede generar alteraciones en la propia Sombra e incluso meter allí cosas que ni nos habíamos planteado, especialmente relacionadas con las emociones que conocemos como negativas aunque ya sabemos que todas aparecen por y para algo.
Si la persona que es tu referente, independientemente del ámbito del que hablemos, te dice que lo que haces es incorrecto, poco vas a tardar en dejar de hacerlo, de manera que, si enfadarse, responder o tener una opinión propia no es «adecuado» ya sabes qué va a pasar con todo eso.
El concepto de la espiritualidad como espacio de Luz, Paz y Bondad exclusivamente, donde no hay cabida para las emociones «negativas» ni para la duda o la propia expresión, ha hecho más mal que bien.
Ya he comentado que muchas de esas emociones están bien a gustito en nuestra Sombra porque nos dijeron alto y claro quelas niñas no se enfadan, que hay que ser fuerte y no estar triste, que los niños no lloran y estupideces varias que lo único que consiguen es que reprimamos nuestra expresión emocional y que, ya de adultas, seamos incapaces de ponernos en nuestro sitio o de reclamar nuestro poder personal y ponerlo en juego, o de expresar y sentir la tristeza cuando es necesario.
Obviar o eliminar en la vida la Sombra es lo que parece más adecuado, más fácil y más efectivo. Al fin y al cabo, se supone que lo que debemos hacer es encajar para sentirnos parte de algo. Aunque ese algo sea sólo una fachada.
De esta forma, escondemos en la Sombra nuestra capacidad de liderazgo, nuestra alegría, nuestra tristeza, nuestra ira, nuestra seguridad, nuestra capacidad para decidir por nosotras mismas, nuestra sexualidad, nuestra belleza, lo que nos hace diferentes, lo que nos permite vibrar y brillar.
Todo lo que nos diferencia y nos hace únicas y especiales.
No se trata de elegir entre Luz y Oscuridad, sino de comprender que son una y la misma cosa, que se complementan y se necesitan puesto que la una no existe sin la otra y viceversa.
Abrazar la Sombra no tiene nada que ver con vivir en ella.
Abrazarla es reconocerla en mí.
Ser consciente de que existe, de que es necesaria para encontrar mi propio equilibro y ser capaz de mantenerlo.
Entender que estoy hecha de cosas bellas y luminosas y de otras no tan bonitas pero igualmente útiles y necesarias.
Darme cuenta de que mi Sombra soy yo, al igual que soy mi Luz y todos los grises que aparezcan entre medias y comprender que ninguna es mejor ni peor que la otra.
Saber que puedo elegir, decidir, decir que no y dar un golpe en la mesa cuando es necesario; que puedo destacar, liderar, crear y maldecir y que no necesito el permiso de nadie para hacerlo. De nadie más que yo misma.
La primera vez que percibes, casi por el rabillo del ojo, que existe esa Sombra en ti, es duro.
Es duro porque es reconocer que hay cosas que has escondido, por voluntad propia o forzada; consciente o inconscientemente; para agradar, sobrevivir o seguir adelante.
Cuando te das cuenta de lo que metiste allí, empiezan a pasar cosas.
Sólo observarla es iluminador. Irónico que observar la Sombra sirva para poner luz ¿no?
De eso se trata, de ir iluminando poco a poco, sin prisa pero sin pausa, esos escondites tan elaborados que creaste o tuviste que crear.
El siguiente paso es investigar lo que se observa. Siempre despacio, dándote tiempo para entender qué es eso, porqué o para qué lo guardaste, qué puedes hacer con ello y más opciones, cada una las que necesita.
Tras el inventario y la investigación, toca comenzar a hacer, a trabajar con lo visto.
Aquí es cuando surgen de nuevo los obstáculos, las posibilidades o imposibilidades, lo que se puede y lo que no. Lo que creemos que se puede y lo que creemos que no, más bien.
Aquí es cuando el Miedo aparece como ese monstruo de uñas y dientes afilados que te previene de todo el daño y el dolor que vas a experimentar. ¿Para qué remover la mierda?, lo que no se nombra no existe, lo que no se ve, no duele.
Todas estas mentiras que, quizás, te ha estado susurrando durante años y es ahora cuando te das cuenta.
El Miedo siempre intenta protegerte, pero es incapaz de entender que protegerte en este caso, te hace más daño que enfrentar lo que hay, porque si no lo enfrentas, nunca podrás deshacerte de ello.
Seguir rechazando, reprimiendo, negando o ignorando a tu Sombra, ya sea de forma consciente o inconsciente, es vivir con una bomba de relojería en mitad del pecho.
Lo que hay en tu Sombra necesita mostrarse, salir a la Luz, respirar y diluirse en la medida en que se pueda. Mantenerla bajo llave la hará cada vez más densa y más difícil de contener.
«(Sombra y Luz) Los dos lados van juntos, y entonces uno ve de esta extraña manera que subyace a todo lo que es negativo en el mundo, todo lo que en cierto modo es doloroso y malo, hay una especie de necesidad en ello. (La Sombra) Va con el bien, es necesaria para el bien, el desorden es necesario para la manifestación del orden, del mismo modo que es necesario un fondo negro para que aparezca una figura clara. Y entonces, cuando uno ve eso, se produce una profunda transformación en su actitud ante el mundo.» Alan Watts.
Con lo que cada una esconde en la Sombra se pueden hacer, grosso modo, 3 cosas: cambiar o modificar; gestionar y aceptar.
Puedes modificar pequeñas cosas de algo de mayor tamaño para ir, poco a poco, deshaciéndolo y transformándolo o destruyéndolo.
Puedes cambiar radicalmente aquello de lo que eres capaz si sabes cómo o buscas y consigues incorporar las herramientas necesarias que te permitan hacerlo.
Estas dos posibilidades son las «fáciles».
Lo más complicado es aceptar.
Quizás lo sea porque parece que implica pasividad. Mientras que modificar o cambiar son actitudes activas, la aceptación nos hace creer que nos estamos rindiendo cuando no es así.
Aceptar aquello que no podemos cambiar es reconocer que no hay nada que podamos hacer, al menos en este momento, y que toca aprender a convivir con aquello que aceptamos, sin seguir invirtiendo energía en cambiarlo ni, sobre todo, en luchar contra ello, sea lo que sea.
Curiosamente, la aceptación modifica, en el medio y largo plazo, la percepción que tenemos de habernos rendido sin luchar o sin luchar lo suficiente y nos permite aligerar hasta hacerlo desaparecer aquello que tuvimos que aceptar, de manera que, finalmente, consigues que desaparezca.
Los perjuicios de seguir ignorando a tu Sombra, te los sabes ya de memoria, pero ¿cuáles son los beneficios?
Puedo decirte que suelen ser muchos y muy variados puesto que, dentro de que cada una guarda cosas en la Sombra que pueden ser comunes a muchas, la forma en que lo escondido nos afecta es muy diferente.
No puedo decirte «lo primero que vas a experimentar es esto o aquello» porque, como digo, cada una somos un mundo, pero lo que he podido ver a lo largo de los años es, fundamentalmente, un re-conocimiento personal.
Según vas indagando, poniendo Luz y observando cosas, empiezas a verte desde otro lugar.
Comienzas a entender por qué situaciones aparentemente neutras te afectan de una determinada forma, por qué te cuesta hacer tal o cual cosa, de dónde sale ese temor profundo a hacer o decir esto o aquello.
Empezar a entender tu Sombra te ayuda a integrarla y al verte a ti misma como realmente eres, tu lugar en el mundo, la forma en que te relacionas con él, los ojos con que lo miras, irán cambiando poco a poco.
También he observado un sentimiento generalizado de liberación, especialmente en quienes han reprimido por mucho tiempo su poder personal en beneficio de los demás, quienes lo han hecho para encajar en el papel de «niña buena» o, simplemente, porque nadie les dijo nunca que lo poderosas que son. Que pueden llegar a ser.
Reconocerse poderosa te convierte en poderosa. Reconocer tu propio poder, acallado, sepultado y oscurecido para que el de otros brille, es una sensación increíble.
Ir soltando lastres, abriendo ventanas, dejando que la Luz entre, supone recuperar toda esa energía que has invertido en controlarte, reprimirte, en sostener una máscara que nunca te representó.
Dejar que tu Niña Interior corretee descalza, se ensucie las manos y trepe a los árboles, es liberador, alimenticio y empoderador.
La Sombras no existe para martirizarnos ni para hacernos sentir mal o para que sintamos vergüenza. La Sombra es la cara B necesaria para encontrar el equilibrio, la oportunidad de encontrar la cura para nuestras heridas más antiguas y dolorosas: las autoinfligidas.
«Lo más aterrador es aceptarse a uno mismo por completo”. C. Jung
Por supuesto que el trabajo con la Sombra puede ser duro, especialmente cuando lo que hemos necesitado imperativamente esconder allí ha sido un trauma del tipo que sea.
En los casos en los que ha aparecido una experiencia traumática en un Círculo de Sombra, mi reacción ha sido siempre la misma: derivar a la persona en cuestión a terapia psicológica especializada. Conozco mis límites y las herramientas que poseo y, precisamente por eso, nunca prometo nada y procuro no generar expectativas maravillosas.
La Sombra hace pupa y trabajar con ella saca esa pupa a la luz, le echa Betadine y le pone una venda para que cure, lo que no significa que sea cosa de valientes. Diría más bien que trabajar con la Sombra es cosa de curiosas, de inquietas, de inconformistas, de personas que saben que quieren cambiar y no tienen claro dónde está el hilo.
Quizás lo has llevado en la mano todo este tiempo y no te diste ni cuenta.
Sea como sea, recuerda disfrutar el Viaje.